Un mal sueño
Los espejos son una bendición. Dan a todos el reflejo de cuanto se
pone frente a ellos (aunque las palabras se lean al revés) Pero me sigo
preguntando ¿Cómo es posible que pueda verse todo lo demás aunque no esté
enfrente? Mis muñecos en las repisas, el gran ropero de caoba, herencia de mi
abuelita, donde guardo toda mi ropa. Puedo ver la basura en el piso de
concreto, algo manchado por la humedad, mi mochila sobre el escritorio de metal
gris, mi cama desarreglada. ¡No sé por qué me pregunto esto a las tres de la
madrugada cuando acabo de llegar de una fiesta!
Rocío
estaba sentada frente a su tocador. Era este un mueble blanco con varios
cajones a los lados. En medio había un espacio para poder meter sus piernas,
cuando se sienta en el banquito del mismo color, acolchonado en la parte
superior. También tiene un espejo con marco de bronce decorado con alcatraces
en las esquinas.
Tras la
reflexión anterior, examinó su rostro en el cristal. La noche había sido todo
un éxito, pero le había dejado el maquillaje hecho una desgracia. Se caía de
sueño pero no podía dejarlo así.
- Tengo
que limpiar mi rostro de todo el maquillaje que traigo.... – dijo para si
misma, esperando no quedarse dormida a la mitad del proceso.
Miro su
rostro en el espejo con mucha atención, tomó un algodón y el desmaquillante, y
al volver a mirar, gritó.
-
¡¡¡Ayyyyy!!!!¡¡¡¿Qué es eso?!!!
La
mujer en el espejo definitivamente no era ella. Sus ojos tenían una expresión
de desesperación, y salía sangre de varios cortes en su cara. Rocío puso una
mano sobre el cristal y escuchó un susurro.
-
Ayúdame…
Detrás
de la mujer apareció un hombre alto de tez blanca y ojos negros, manos toscas y
velludas. Vestía un pantalón negro, y una camisa blanca manchada de sangre. La
mujer se retiró del espejo y el alzó su musculoso brazo....
Reventó
el espejo de un solo puñetazo. Rocío cayó al suelo y retrocedió aterrorizada.
De repente se abrió la puerta que esta a un costado del tocador. Una brisa
glacial entró.
La luz
de la habitación empezó a bajar y a subir...
Rocío
no podía respirar... las manos y los dientes le temblaban....
Una
diminuta figura fantasmal salió lentamente debajo de su cama. Al darse cuenta,
Rocío se puso blanca, trató de gritar pero el miedo la había paralizado. La
infantil figura se puso de pie y caminó hacia ella.
Era una
niña de grandes ojos negros, ojeras marcadas alrededor, y piel pálida, lo que
la hacía ver más transparente. Llevaba entre las manos una veladora. Llegó
hasta Rocío y le preguntó con voz triste
- ¿Tu
morirás igual que mi mami?
El tono
era capaz de romperle el corazón a cualquiera. Algo de pena se insinuó entre el
miedo. Busco una respuesta, pero antes de que pudiera pensar en algo, la
expresión de la niña cambió bruscamente.
La niña
dejó salir una carcajada demente antes de salir corriendo del cuarto.
Rocío
estaba convencida de haber enloquecido.
Se
levantó lentamente, sollozando. Vio sobre su cama un pequeño bulto rosado que
empezó a moverse.
Se
escuchó en seguida el llanto de un bebé
El bebe
se sentó. Era un pequeño niño rubio de ojos azules, el izquierdo con un
moretón, sus manos estaban llenas de rasguños, de su cuello corrían vario hilos
de sangre.
El
pequeño cayó sobre la cama.
Rocío
pudo ver la gran herida que tenía en el cuello, y comenzó a gritar. El bebé
dejó de llorar y se tendió en la cama con los ojos desorbitados. Las fuerzas
abandonaron a Rocío y cayó al piso desmayada.
Cuando
despertó, estaba envuelta en sus cobijas sobre el piso. Agradecida, se talló la
cara con las manos.
-
¡Por fin desperté! – Hizo una profunda aspiración - Juro no volver a tomar –
dijo con voz aliviada. Mientras, el bebé degollado salía debajo de su cama.
Por:
Nancy Ortega
Adaptación
a estilo literario: Azucena Avendaño